domingo, 31 de marzo de 2013

LUCRECIA, UNA MUJER MANCILLADA POR LA HISTORIA



Cuan injusta fue la vida, que me hizo ser mujer en un mundo regido por los hombres, hombres con poder. Sin derecho a escoger el marido con el que deseaba pasar la vida, con quien en verdad yo quería yacer. Educada a conciencia para satisfacer a mi familia a su antojo, enseñada a callar cuando mi corazón necesitara gritar a plena voz y mis piernas correr todo lo lejos posible de esa vida que me toco acatar. Fui señorita de cuna como otras tantas, pero tan solo por el mero hecho de tener el apellido que me dieron, me colocaron la mala fama. Si en verdad toda esa gente, que ensució mi paso por el mundo, supiera cuantas lágrimas derramé, por cuanto tiempo tuve que frotar mi piel en cada baño, tan solo para quitarme el asco de sentirme mujer poseída a la fuerza. Me violentaron desde que apenas era una niña y nadie se preocupó por mí. Era más fácil que después de muerta me tacharan de mala mujer, o como aún comentan algunos de este siglo XIX, que ni tan siquiera me llegaron a conocer. “A la golfa de los Borgia, de sangre le vino.” Infelices, qué sabrán ellos lo que me tocó sufir.

Corría el año 1501, cuando los Borgia por intereses propios y con vistas a continuar manipulando el poder de Italia, arreglaron una nueva alianza, esta vez con el duque de Ferrata. Entregando a la viuda Lucrecia, como esposa de don Alfonso d´Este, heredero del duquesado.

–Pero padre ¿otra vez? –Refunfuñó ella, indignada de que siempre la usaran como moneda de cambio.

–Tantas veces como nuestro señor padre provea, querida hermana. –Atajó cortante el cardenal Cesar Borgia.

–¿A vos que os incumbe? ¡Oh claro! A vos todo os atañe en cuanto a mi vida respecta ¿Lo vais a consentir es vez?. –La ironía era palpable en el ambiente íntimo entre los hermanos.

–Yo continuaré visitándoos tantas veces me plazca, para eso soy vuestro hermano ¿A caso lo dudabas? –Avisó amenazante el cardenal–. Ya sabes cómo funciona esto, querida. Si dejas de sernos leal y complacernos en nuestros objetivos, dejaras de sernos útil y quién sabe, tal vez corras la suerte de tu difunto esposo. Porque… Ya sabes lo que les sucede a los que nos dejan de ser útiles ¿verdad?

–Tranquilo mi señor, yo soy una Borgia ¿cómo olvidarlo si me lo recuerda a cada rato? – Espetó Lucrecia con diplomacia, a la que acataba una vez más su cometido con una ligera reverencia fingida de dignidad.

–Bien, así me gusta, dócil y mansa como te enseñé. –Susurró su padre, el Papa Alejandro VI, mientras tomaba uno de sus mechones rizados para olerlos como otras tantas veces–. Yo ya voy estando muy mayor, pero tu hermano proveerá por ti cuando yo os falte. Ahora dispongamos todo para el enlace, no podemos perder más tiempo.

Así es, como la joven Lucrecia se enfrentaba como otras tantas veces, a un destino incierto, llevada por las fauces familiares de sus lobos sedientos de fama y gloria, los Borgia.

Han pasado tantos años… Que podría decir que me siento vieja si no fuera porque aquí me hayo intentando parir de nuevo. Esta vez presiento que algo no va bien el dolor se hace insoportable y las fuerzas me fallan sería una pena por la criatura que está por nacer pero estoy tan cansada de vivir que no me importaría poner mi punto y final aquí. Por más que rebusco para encontrar el lado positivo a mi existencia no logro encontrar ni un pequeño resquicio de ello. Siempre fingiendo para satisfacer a todos ¡por Dios, como duele! Ni que los mil demonios jugaran a despedazar mis entrañas. Respira Lucrecia respira. Puntos con los que sentirme satisfecha…Sí podría decir que mi infancia no fue mala del todo y en estos últimos años de matrimonio como la duquesa de Ferrata he sido una verdadera señora disfrutando de lo que en verdad me gusta la cultura, el arte y de las personas que comparten sus talentos y debates conmigo. ¡Por los clavos de Cristo! De esta ya no salgo acabo de perder la consciencia del dolor tengo sueño… Sí mucho sueño… Las fuerzas me abandonan… Señor gracias por llamarme a tu lado a mis treinta y nueve años mas protege de las garras del mal y de los míos a quien de mis entrañas está por nacer no dejes que un inocente muera aunque yo sin voluntad propia haya sido una servil pecadora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario